EL NIÑO ETERNO

de Rosa Montero

Cuando conocí a David Gies yo era joven y él era un niño. Ahora que me he hecho definitivamente mayor, él sigue siendo un niño. Me lleva, se supone, unos cuantos años de calendario, pero en realidad él es atemporal, inmarcesible. Últimamente he empezado a sospechar que proviene de otro planeta. Quizá Júpiter. Yo tenía treinta y pocos años y estaba dando clase en Wellesley College cuando Gies, siempre tan al tanto de todo, desde el mejor restaurante de Zaragoza o Camberra hasta la última y más novata profesora invitada de las universidades americanas, se puso en contacto conmigo para invitarme a dar una conferencia en la UVA. Acepté, pasé unos breves días en Charlottesville, me encantó la ciudad, la universidad, el departamento. Me encantó sobre todo el niño grande Gies, por quien sentí un inmediato flechazo. Fue el comienzo de una larga amistad y una no menos larga colaboración. Por él vine a la Universidad de Virginia, algunos años después, durante un semestre. Y más tarde repetí durante un par de meses. Entre medias, más visitas cortas, más encuentros a uno y otro lado del océano. Siempre me cautivó el entusiasmo inagotable de David, su inteligencia y su amplia cultura, que él disimula con una sonrisa inocente y modesta; su, por otra parte, divertidísima falta de humildad cuando alardea de conocimientos mundanos como, por ejemplo, los gastronómicos. Posee un talante conciliador que suaviza las relaciones y hace que donde él esté siempre haya más luz. Es optimista, leal, totalmente fiable y, al mismo tiempo, tiene un delicioso punto loco impredecible. Envidio sus ganas de vivir, tan puras, tan gozosas: intento aprender de él en ese sentido. Gracias a David, a su oferta de trabajo y a su empeño en traerme, he podido vivir en Charlottesville algunas de las semanas más felices de mi vida. En realidad, ahora que lo pienso, todos mis recuerdos con él son recuerdos dichosos. Gracias por ser amigo, por ser niño, por ser mago, por jugar a vivir tan seriamente y por alegrarle la vida a los demás. Eres un lujo.